Comentario
Posibles influencias en otras crónicas
Pocas páginas más atrás, nos hemos referido ya a la relación y al paralelismo que se produce entre las cartas de don Pedro de Valdivia y la composición de Jerónimo de Vivar, cuando tratábamos la tesis lanzada por Barros Arana a propósito de la posible identificación de nuestro autor con Juan de Cardeña, el secretario de Valdivia, paralelismo que hizo pensar a algunos historiadores que una misma mano podía haber sido la autora de ambos documentos. También hemos repasado después las facilidades que pudo encontrar el burgalés para consultar los archivos epistolares del gobernador y cómo los errores advertidos, especialmente en las dataciones, abrían la especulación al posible empleo de resúmenes o copias de las cartas mencionadas, y señalábamos que quizás fuesen éstos los traslados que cita cuando menciona el origen de las fuentes sobre las que se asienta la autoridad de su obra: ... puesto que parte de ella me trasladaron sin yo verlo ni sabello...; a los que habría que añadir la propia experiencia del autor: ... lo que yo por mis ojos vi y por mis pies anduve...; integrada por aquellos relatos en los que aparece su persona y aquellos capítulos que debieron de figurar como parte de la descripción de la tierra. A este conjunto se le sumarían los sucesos que le fueron relatados de viva voz por sus protagonistas, los cuales suelen carecer, en general, del rigor y de la precisión necesarios.
Si éstas son las principales fuentes en las que bebió Vivar, vamos a intentar dilucidar ahora si él a su vez sirvió de manantial para posteriores cronistas y muy especialmente para dos de los escritores de mayor renombre de las letras castellanas en Chile durante los siglos XVI y XVII. Nos referimos naturalmente a Ercilla y Rosales, ambos madrileños pero de muy distinta andadura en suelo chileno y cuyas producciones se enmarcan en géneros también muy dispares.
Don Alonso de Ercilla y Zúñiga desembarca en la ciudad de los Reyes a mediados del año 1556, formando parte del lucido séquito que acompañaba al recién nombrado virrey don Andrés Hurtado de Mendoza, en cuya flota viajaba también Jerónimo de Alderete como gobernador de Chile. Poco importa ahora para nuestro intento saber si Ercilla iba destinado desde la Península a las tropas chilenas o no, lo cierto es que muerto prematuramente Alderete durante la travesía antes de llegar a su destino -en la isla de Taboga cercana a Panamá- es elegido para sustituirle el primogénito del virrey, don García Hurtado de Mendoza, a quien acompaña nuestro poeta en la expedición que parte hacia las tierras mapuches en los primeros días del mes de febrero de 1557. Llegados a la Concepción e iniciadas las operaciones militares, Ercilla permanece en campaña hasta finales del año siguiente, en que es desterrado al Perú a causa de un desgraciado lance ocurrido ante el joven gobernador, por lo que pasa a la ciudad de los Reyes, donde con toda seguridad le encontramos en los primeros meses del año 1559. Un año y medio en las guerras araucanas bastaría a Alonso de Ercilla para inmortalizar su nombre entre los poetas épicos más importantes de nuestra literatura.
En esta breve síntesis de la experiencia chilena de don Alonso, podemos comprobar la coincidencia de fechas que se produce entre él y Jerónimo de Vivar en el mismo escenario. No se hace entonces muy difícil imaginar que, vinculados por su mutua inquietud hacia las letras, el antiguo paje de Felipe II tuviese noticias de la obra que por aquellos mismos días finalizaba nuestro autor, y quizás en los últimos meses de 1558 pudiera haber producido un encuentro entre ambos personajes. Otra oportunidad mucho más probable se produce durante la estancia del cronista en Lima, a donde acude como hemos visto en defensa de Francisco de Villagrán. Ercilla, en desgracia en aquellos instantes, se vería lógicamente atraído por su trayectoria y su situación personal a frecuentar la compañía de los veteranos chilenos presentes en la capital del virreinato, de los que obtenía información para su composición, y es entonces cuando debió de conocer a nuestro escritor y cuando tuvo la ocasión de leer el manuscrito de Vivar e incluso de conseguir alguna copia del mismo o de los papeles utilizados por aquél. No es descabellado pensar, llegados a este punto, que de haberse producido esta relación personal, Ercilla, por su pasada vinculación con el monarca, se presentaba como la persona idónea para introducir en la corte el manuscrito dedicado al príncipe Carlos.
Las afinidades, concomitancias e igualdades entre uno y otro han sido bien estudiadas y puestas de manifiesto entre otros por el profesor chileno Mario Orellana Rodríguez25, gran amante y conocedor de la figura y de la obra de Vivar, quien afirma: Para nosotros, estas y otras semejanzas en los dos relatos son mucho más que similitudes accidentales, producto de la repetición fantasiosa de los conquistadores26. Lo que le lleva a resaltar el valor histórico de La Araucana, tantas veces discutido y puesto en duda: Gracias al cronista burgalés, La Araucana puede ser considerada como una obra histórica, además de su condición de poema épico27.
Totalmente distinta de cuanto acabamos de referir es la historia del padre Diego de Rosales. Nacido con el despuntar del siglo XVII, en 1601, es destinado al Perú siendo aún novicio de la Compañía de Jesús, de donde pasa a Chile en 1629 para no abandonar jamás tan magnífica y espléndida tierra. Provincial en dos ocasiones de su orden y viajero infatigable, le debemos una Historia General del Reino de Chile28, que constituye, sin exageración alguna, una de las mayores cumbres de la prosa castellana en aquel reino durante la etapa española. Inédita hasta el año de 1877, en que el polifacético y polémico Vicuña Mackenna consigue, tras truculentas peripecias, sacar el manuscrito de Europa y publicarlo, no alcanzó nunca la fama y la influencia de los metros ercillescos, siguiendo por lo tanto un rumbo bastante parecido a la obra de Jerónimo de Vivar.
Como ésta, gran parte de la labor del jesuita se centra en los aborígenes, la flora y la fauna, pues no debemos de olvidar su excelente conocimiento del país y su nada desdeñable experiencia misionera, que le permitía predicar a las tribus mapuches en su propia lengua, facilitándole por tanto el acercamiento a la cultura indígena. Además de su propia experiencia, Rosales utilizó una valiosa y abundante documentación, entre la que se encontraba el manuscrito de Jerónimo de Vivar, bien formando parte de los papeles reunidos por el gobernador Luis Fernández de Córdoba, o bien dentro de los fondos acopiados por otros cronistas consultados por aquél. De tal forma, que antes de conocerse el texto de Vivar, Thayer Ojeda le achacaba a su ascendiente los errores contenidos en la Historia General29. También en esta ocasión ha sido el profesor Mario Orellana Rodríguez una de las personas interesadas en desvelar las semejanzas y equivalencias de ambas producciones, y recientemente, en los últimos meses de 1986, tuvimos la oportunidad de leer un estudio preparado para su publicación que muy generosa y amablemente el mismo antropólogo chileno nos facilitó, en el que se ponían de relieve las relaciones existentes entre estos dos autores.